Las lluvias más intensas en más de siete décadas sorprendieron a la Ciudad de México y pusieron a prueba al Aeropuerto Internacional Benito Juárez (AICM). En cuestión de minutos, el agua cubrió pistas y accesos, obligando a suspender operaciones y afectando a más de 19 mil pasajeros que vieron sus planes interrumpidos.
En julio, la capital registró 298 milímetros de lluvia, casi el doble del promedio histórico. Y el domingo previo, una tormenta descargó 84 milímetros en apenas 20 minutos, provocando afectaciones no solo en el aeropuerto, sino también en vialidades y transporte público. Los especialistas advierten que, más allá de la fuerza de la naturaleza, existe un problema de fondo: la infraestructura hidráulica no está preparada para responder a este tipo de fenómenos.
Las soluciones están claras: modernizar el sistema de drenaje, aprovechar la captación de agua pluvial y crear más áreas verdes que funcionen como pulmones de absorción para la ciudad. Y aunque estos cambios requieren tiempo y voluntad, la escena que se vivió dentro del aeropuerto nos recuerda que hay algo que podemos hacer de inmediato: apoyarnos entre nosotros.
En medio de la incertidumbre, hubo manos que ayudaron a mover equipajes, pasajeros que compartieron comida con desconocidos, empleados que, sin importar el cansancio, guiaron y tranquilizaron a quienes estaban desorientados.
Mientras tanto, las aerolíneas y el personal del AICM ya trabajan en planes para que un episodio como este no vuelva a repetirse.
Desde Buen Día Chihuahua, creemos que cada desafío que trae la naturaleza es también un llamado a crecer como comunidad. Donde hay cooperación y voluntad de mejora, la esperanza siempre aterriza primero.