La refinería de Dos Bocas, en el corazón de Tabasco, ha sido desde su anuncio una de las apuestas más ambiciosas de México en décadas. Anhelada por unos, cuestionada por otros, y marcada por tropiezos, retrasos y sobrecostos que han hecho sonar muchas alarmas, Dos Bocas ha sido también un espejo de nuestras aspiraciones y nuestras heridas como país.
Durante décadas, dependimos de refinerías extranjeras para procesar el petróleo que nosotros mismos extraíamos. Vimos cómo la riqueza del subsuelo salía por un puerto para regresar como gasolina cara, importada, y en ocasiones hasta contaminante. Construir una refinería en casa era, en muchos sentidos, un acto de reivindicación. El problema fue que la prisa política, la improvisación técnica y la falta de claridad en algunos procesos empañaron lo que debió ser una victoria nacional.
Hoy, los retrasos generan desconfianza. Los sobrecostos afectan la percepción pública. Y los especialistas señalan que incluso si comienza a operar al 100%, tomará años recuperar la inversión. Pero también es verdad que, aunque imperfecto, el esfuerzo se hizo. Se contrató talento nacional, se movieron cadenas de suministro locales, se capacitó a cientos de trabajadores, y se intentó hacer lo que antes solo veíamos en manos extranjeras.
Esta refinería nos deja una lección enorme: el desarrollo no es magia ni discurso; es planeación, transparencia y visión de largo plazo. México merece proyectos ambiciosos, pero también merece que esos proyectos se construyan con cuidado, sin inflar presupuestos ni apresurar cortes de listón.
Sin embargo, este no es el final de la historia. Siempre que estemos dispuestos a aceptar lo que no se hizo bien y no repetirlo. Solo así se construye un verdadero país soberano: no desde el orgullo vacío, sino desde el compromiso real con el futuro.
Desde Buen Día Chihuahua, creemos que fallar también es parte de crecer. Donde se aprende del error, florece la semilla del futuro. Porque un México que se atreve a intentarlo, es un México que un día lo logrará.